¿Necios de muladar o
emprendedores perseverantes?
¿Cómo reconocerlo o reconocerse?
Si es un necio lo más usual es
que le haya interesado reconocer a los otros, pero no desespere, que tal vez
pueda estar equivocada. La invitación es que siga leyendo y lo averigüe.
El necio y el emprendedor suelen
confundirse por esa energía inagotable que los acompaña, en el necio esa
energía será utilizada para lograr que el resto opine como él y en el
emprendedor para hacer lo que quiere o se necesita, que no es lo mismo.
Realizar lo que quiere hacerse, tomar una meta y alcanzarla, demanda persistencia,
tenacidad, entrega y todos los extremos de paciencia posibles, “el poder hacer no
es lo mismo que el pretender poder mandar”.
La manera más sencilla de identificar
a un necio es cuando se le oye acusar al otro de “siempre querés tener la razón
/ vos, nunca escuchás”, porque él así lo siente, no encuentra el beneficio creativo
del diálogo sólo percibe a un opositor, a alguien que quiere frenarlo y
detenerlo y al verlo así: sólo le resta, ¡enfrentarlo! Como no consigue un
argumento válido usará el más simple y efectivo: acusar de su propio defecto. En
su inseguridad, no advierte que en la explicación se encuentra la solución no
en los gritos o en el imponer su visión de las cosas.
Pero cuidado, y en especial, de no
caer en la simpleza de asumir que los necios son personas a las que no se las
catalogaría como inteligentes, el problema no es la parquedad de luces sino la
carencia de ver que no existe la amenaza de debilidad cuando se modifica lo que
se piensa porque la otra idea es mejor.
Hay necios bíblicos de una
terquedad que ha sido comparada por siglos con el animal que debe vivir en el
muladar pero más allá de todas las simpáticas o nefastas anécdotas que se
puedan asociar al asunto lo práctico es advertir el desperdicio de energía,
porque esa energía que insume mantener esa postura, de coincidir tanto empeño con
lo que resultara útil, tendríamos solucionada el hambre en el mundo pero cuando
no es así… invertirla en mover una montaña en lugar de escalarla o rodearla… ¿se
aprecia la inutilidad del gasto? Amén de lo que frenan al otro, a ese otro que
puede: si es un emprendedor, insumirle en degastes estériles porque siendo su
motor la curiosidad, los emprendedores suelen hacer eco a las réplicas tan insistentes;
y no es porque duden sino por su simple espíritu colaborativo y curioso.
¿Alguien tan insistente, tan pasional, se equivoca? Advertir que la diferencia
entre obstinación y perseverancia aleja lo que se quiere lograr debería ayudar
como discernimiento, ¿no? Y por eso este devaneo está dirigido a mis queridos
tercos, a esos que ven como enemigo a todo aquel que no coincide con lo que con
tanta seguridad él sabe. Presento esta humilde intentona para que utilicen
esa energía envidiable en algo más fructífero que lograr convencer al otro.
Por favor, no es mi intención que escuchen al otro, creo que lo mejor en esta
situación es escucharse a sí mismo. Sólo al verlo se puede cambiar.
Las personas que hablan en
monólogo apresando los oídos cautivos -lejos de confundirlas con esas personas
brillantes que seducen e iluminan con su encanto, inteligencia o el dote que se
le precie- manipulando e imponiendo suelen recurrir a muletillas que recargan
en el otro su falta de colaboración y trabajo en equipo. El testarudo cierra
puertas a todo aquello que no piense como él en su temor de que lo detengan; el
emprendedor las abre porque sabe que en la diversidad es cuando se avanza, amén
de que su curiosidad es una de sus motivaciones más potentes; sin embargo: ambos
coinciden en un riego porque al primero su necedad le bloqueará avanzar al
ritmo que podría y al segundo, por el desgaste de trabajar en situaciones
estériles que le superan su fortaleza de creador.
En un término no tan medio se
encuentra un tipo de persona que a ambos les resulta difícil de identificar, y
son los que necesitan estar con ellos, absorberlos. Hay personas que precisan encontrarse en un
grupo, resguardadas, protegidas, amparadas e incluso sometidas por alguien que
lidere y mande. El necio va a querer ser líder a toda costa: se impone y
presiona, humilla y vanagloria, y se desdibujan los límites. Lo ridículo y en
el mejor de los casos, y augurándole buenas intenciones, es que el necio va a
caer en la chatura de esta trampa porque la obsecuencia de ese grupo de
seguidores no le permite crecer ni cambiar nada, esos oídos endulzados lo
dejarán ciego y porfiado en su razón desrazonada.
En el extremo, el emprendedor ama
el liderazgo, lograrlo con otros, aportando entre todos lo mejor de sí,
sintiéndose cómodos y valorados y le resulta difícil comprender que alguien
quiera por pertenecer a un grupo, ser incluso dominado o silenciado, ¿cómo
puede callarse e incluso mentir, cuando se requiere de él, precisamente que sea
él mismo? ¿Cómo puede ajar el tiempo que tanto
se necesita, en alianzas y estrategias para ubicarse en un grupo que ostente el
mayor poder? Ese poder mandar viciado e inservible que tanto detiene.
¿Pudo reconocerse, reconoció a
otros?
Simple: a todos aunque nos
resulte tan bonito el liderazgo como suena, con sólo advertir cómo va el mundo,
se evidencia fácil quiénes lo van logrando.
“El hacer es lo que lleva al más
nítido de los argumentos
y la cháchara a la más olvidable
de las tertulias.”
Como siempre, a su gusto.
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