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martes, 24 de octubre de 2017

¿Necios de muladar o emprendedores perseverantes? ¿Cómo reconocerlo o reconocerse?

¿Necios de muladar o emprendedores perseverantes?
¿Cómo reconocerlo o reconocerse?


Si es un necio lo más usual es que le haya interesado reconocer a los otros, pero no desespere, que tal vez pueda estar equivocada. La invitación es que siga leyendo y lo averigüe.

El necio y el emprendedor suelen confundirse por esa energía inagotable que los acompaña, en el necio esa energía será utilizada para lograr que el resto opine como él y en el emprendedor para hacer lo que quiere o se necesita, que no es lo mismo. Realizar lo que quiere hacerse, tomar una meta y alcanzarla, demanda persistencia, tenacidad, entrega y todos los extremos de paciencia posibles, “el poder hacer no es lo mismo que el pretender poder mandar”.

La manera más sencilla de identificar a un necio es cuando se le oye acusar al otro de “siempre querés tener la razón / vos, nunca escuchás”, porque él así lo siente, no encuentra el beneficio creativo del diálogo sólo percibe a un opositor, a alguien que quiere frenarlo y detenerlo y al verlo así: sólo le resta, ¡enfrentarlo! Como no consigue un argumento válido usará el más simple y efectivo: acusar de su propio defecto. En su inseguridad, no advierte que en la explicación se encuentra la solución no en los gritos o en el imponer su visión de las cosas.

Pero cuidado, y en especial,  de no caer en la simpleza de asumir que los necios son personas a las que no se las catalogaría como inteligentes, el problema no es la parquedad de luces sino la carencia de ver que no existe la amenaza de debilidad cuando se modifica lo que se piensa porque la otra idea es mejor.

Hay necios bíblicos de una terquedad que ha sido comparada por siglos con el animal que debe vivir en el muladar pero más allá de todas las simpáticas o nefastas anécdotas que se puedan asociar al asunto lo práctico es advertir el desperdicio de energía, porque esa energía que insume mantener esa postura, de coincidir tanto empeño con lo que resultara útil, tendríamos solucionada el hambre en el mundo pero cuando no es así… invertirla en mover una montaña en lugar de escalarla o rodearla… ¿se aprecia la inutilidad del gasto? Amén de lo que frenan al otro, a ese otro que puede: si es un emprendedor, insumirle en degastes estériles porque siendo su motor la curiosidad, los emprendedores suelen hacer eco a las réplicas tan insistentes; y no es porque duden sino por su simple espíritu colaborativo y curioso. ¿Alguien tan insistente, tan pasional, se equivoca? Advertir que la diferencia entre obstinación y perseverancia aleja lo que se quiere lograr debería ayudar como discernimiento, ¿no? Y por eso este devaneo está dirigido a mis queridos tercos, a esos que ven como enemigo a todo aquel que no coincide con lo que con tanta seguridad él sabe. Presento esta humilde intentona para que utilicen esa energía envidiable en algo más fructífero que lograr convencer al otro. Por favor, no es mi intención que escuchen al otro, creo que lo mejor en esta situación es escucharse a sí mismo. Sólo al verlo se puede cambiar.

Las personas que hablan en monólogo apresando los oídos cautivos -lejos de confundirlas con esas personas brillantes que seducen e iluminan con su encanto, inteligencia o el dote que se le precie- manipulando e imponiendo suelen recurrir a muletillas que recargan en el otro su falta de colaboración y trabajo en equipo. El testarudo cierra puertas a todo aquello que no piense como él en su temor de que lo detengan; el emprendedor las abre porque sabe que en la diversidad es cuando se avanza, amén de que su curiosidad es una de sus motivaciones más potentes; sin embargo: ambos coinciden en un riego porque al primero su necedad le bloqueará avanzar al ritmo que podría y al segundo, por el desgaste de trabajar en situaciones estériles que le superan su fortaleza de creador.

En un término no tan medio se encuentra un tipo de persona que a ambos les resulta difícil de identificar, y son los que necesitan estar con ellos, absorberlos.  Hay personas que precisan encontrarse en un grupo, resguardadas, protegidas, amparadas e incluso sometidas por alguien que lidere y mande. El necio va a querer ser líder a toda costa: se impone y presiona, humilla y vanagloria, y se desdibujan los límites. Lo ridículo y en el mejor de los casos, y augurándole buenas intenciones, es que el necio va a caer en la chatura de esta trampa porque la obsecuencia de ese grupo de seguidores no le permite crecer ni cambiar nada, esos oídos endulzados lo dejarán ciego y porfiado en su razón desrazonada.

En el extremo, el emprendedor ama el liderazgo, lograrlo con otros, aportando entre todos lo mejor de sí, sintiéndose cómodos y valorados y le resulta difícil comprender que alguien quiera por pertenecer a un grupo, ser incluso dominado o silenciado, ¿cómo puede callarse e incluso mentir, cuando se requiere de él, precisamente que sea él mismo? ¿Cómo puede ajar el tiempo que tanto se necesita, en alianzas y estrategias para ubicarse en un grupo que ostente el mayor poder? Ese poder mandar viciado e inservible que tanto detiene.

¿Pudo reconocerse, reconoció a otros?

Simple: a todos aunque nos resulte tan bonito el liderazgo como suena, con sólo advertir cómo va el mundo, se evidencia fácil quiénes lo van logrando.


“El hacer es lo que lleva al más nítido de los argumentos 
                            y la cháchara a la más olvidable de las tertulias.”



Como siempre, a su gusto.


Emprendedores







domingo, 6 de agosto de 2017

Enraizados en el énfasis

Arquitecturas de mando 

Uno comprueba con un malestar horrorizado, que la jerga popular que asegura que quienes se aferran a la vida: lo logran, es una anarquía de falacias. La primera vez que uno choca con esta mentira: duele, por lo general no suele ser un casi extraño sino un ser querido y amado; y en ese verlo luchar con tanto ahínco contra la muerte, uno se suma a lo creído y lo posibilita esperanzado en que concurra vencedor.

Aprender el error no gratifica, sólo sumerge en la andanada de quimeras que los humanos orquestamos para sostenernos a la vida.
Pero sin irnos a la última tragedia, aunemos a lo diario:
Aducen lo aleatorio como un aval seguro en los avances: la suerte y sus caprichos encumbra al mejor de los inútiles; y uno advierte con ciertos rencores como la susodicha maquinadora ubica a “axiomáticos especímenes humanos en que la idiotez y la paupérrima luminaria casi en competencia con el más oscuro de los apagones” nos deja pasmados e inmunes al razonamiento: ¿Cómo lo logro? —disculpen pero el anterior atropello palabrero responde al atraganto que uno consume todos los días—.
¿Cómo alcanzó tremendo idiota avasallar los genuinos méritos ajenos y ubicarse en esa posición envidiable? Ante semejante naufragio de la lógica, hasta la teoría del caos o el más prestigiado de los horóscopos auxilia.
Hay un entramado que no percibimos, tal vez un progenitor conocedor de los límites de su vástago, ¿propició la subida? Posible, hemos descubierto incluso presidentes en esas analogías. Aunque sin embargo, no es la falta de candiles lo que más nos encona por la injusticia, no, lo que nos empapa de cólera, es sin dudas: la pereza y la queja, esos  seres que ocupan arbitrariamente puestos que no son de ningún modo para ellos, son quejosos y haraganes, artífices perpetuos de la inconformidad, no sólo nos engordan la bilis con la impunidad de su cargo sino que además, nos ensucian con la mitigada y relamida ponderación de sus dotes no aprovechados. Es un asco pero no tiene refutación: ellos lo lograron, ¿cómo no van a promulgar que lo merecen, e incluso que son subestimados?
Y para el resto, ¿cómo sostener la capacidad de tolerancia cuando todo parece regirse al vaivén de lo casual?
Y no me refiero a la verde, la encrestada envidia, si no a la real y consecuente reflexión. Un escritor como Kafka, un poeta como Rimbaud, un pintor como Van Gohg, en una trama de vida que los sucumbía a sentirse mediocres, y recién llegar a la muerte para que sus obras modificaran al mundo. ¿Qué otorga? Un saber que lo genial, aún entre demoras, ¿finaliza venciendo? Efímero consuelo, especialmente para ellos que jamás lo vieron.
Y aún más necrológico, ¿y si esa idea de iniquidad cubre con astucia, nuestra propia insignificancia? Terrible y desolador, pero sin dudas, motivador aval para tentarse con oráculos y artilugios que posibiliten una mínima regalía de éxito.

Y lo grotesco y casi bizarro es la consumación de la parábola, porque esas perfidias que han padecido los grandes sostienen a cantidad de futuros talentos que se creen posibles.



Lo positivo es que mientras tanto, muchas cosas buenas continúan ocurriendo y es a manos de esos seres ignotos que desde el anonimato flagelado por las circunstancias: ¡no desisten!, y trabajan los cambios porque el éxito necesita del esfuerzo y del trabajo. No es la suerte entre antojos y azar. 




Ser positivoéxito trabajo esfuerzo suerte azar

Estupidez muy peligrosa

  Estupidez muy peligrosa   Todos sabemos que Mary Shelley creó un personaje con una ciencia que no existía ni existe, se le disculpa po...