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viernes, 9 de junio de 2017

¿Maestra o la "imprescindible doméstica educativa"?

¿Maestra o la “imprescindible doméstica educativa”?[1]


Mi primer acercamiento al des-funcionamiento del sistema educativo lo percibí estando recién recibida de profesora de enseñanza primaria –título ampuloso que se traduce como: “maestra”, después vendrían otras linduras que involucraron la temible EGB: “Educación General Básica” y que debe alcanzar singularidades más pintorescas según el lugar del orbe que se sugiera—. Como señalaba: maestra novísima, había iniciado seis cursos para contemplar la aspirada capacitación desde un plano directo, y ¿qué encontré? Entre los cinco olvidables –tendría que recurrir a los diplomas porque las dos neuronas que se desempeñan en la memoria están atascadas desde el siglo pasado lidiando con información inútil-, destaco el que me encandiló: “taller de escritura”.
Devoré las clases, me maravillé, hasta que llevada por mi prolífica curiosidad espié el título del libro, que siempre estaba en manos de la licenciada: “Taller de escritura”; suponen bien, de inmediato lo compré, lo leí, y ¡devastada!, descubrí que el curso que me embelesaba era el plagio activo del libro de otro.
Difícil reencontrar la inocencia del perfeccionamiento perdido. Años de cursos, cursitos y cursadas: emblemáticas horas apenas salvadas por algún magistral y aplicable recurso o estrategia, o herramienta, o receta, o disparador,  o “como la moda del momento le defina”, me resultaba útil para aplicar. Porque mi habilidad es enseñar, soy maestra y no soy maestra porque me titularicé como tal, lo soy porque mis alumnos aprenden, ¿parece sencillo y evidente? No se confundan, no lo es, enseñar es un arte, un arte exclusivo, y a los hechos me remito: ¿Por qué los alumnos no aprenden? Y, ¿no será…? Porque no se les enseña.
Mediar entre los aprendizajes y el aprendiz.
En cualquier tribu decente, por más mínima que ésta resultase, la educación se dejaba para el más idóneo: “el más vivo de la tribu”, y sin dudas, la situación evolucionó hasta llegar a las Universidades, entonces, ¿por qué se nos niega el Templo del Saber?[2] Y ustedes me dirán que no, y es cierto, yo puedo estudiar en la Universidad, sin embargo y he aquí el escollo: no mi carrera; para seguir mi carrera, deberé estudiar otra. No interesa si soy una exitosa y brillante maestra, deberé iniciar una carrera afín: Cientista de la Educación o Pedagogía, ambas muy interesantes pero que no me identifican y el hecho es contundente, en ninguna de las dos carreras se les exige ser maestra, por lo tanto no constituyen su enriquecida continuación.
Un biólogo no supervisaría a un médico porque resulta más inclusivo –genial comentario oído entre los asistentes de un Congreso, lamentablemente, no registré su autora-, entonces, ¿qué argumento valedero hará que resulte creíble que un Cientista de la Educación que se asoma recién en quinto año a la Escuela primaria pueda, luego, “iluminarme”? Y ahí, precisamente ahí, se inicia el divorcio educativo: la maestra convive con maestras, compartiendo feliz su recetario hasta que descubre que la “paella a la valenciana, a la vasca y hasta para celíacos” que hace veinte años viene preparando, ahora le resulta insípida porque se encandiló con la parafernalia idiomática de los tres tomos de la hermenéutica diatópica del “arráuz blank” (arroz blanco). Y lo más triste, abandonó su sabrosa paella por el publicitado y prestigioso arroz blanco, porque… ¿cómo seguir preparando con seguridad paella cuando se ignoran los pormenores significativos, la historicidad geográfica,  o la diatriba ética del origen etimológico: “del árabe hispano arráwz, del árabe clásico aruz o del griego ρυζα”, arroz blanco? Mordacidades metafóricas a un costado –no muy lejos, he de admitir—, tanto como nos apasiona enseñar: nos enamora aprender y de allí el origen de mi texto.

Resulta harto inmediato crear la carrera “Maestra o Maestro” y que la misma arbitre su propia órbita de especificidad. No podemos avanzar entre tardías devoluciones, el laboratorio escolar no puede estar fuera de la escuela y sus científicos e investigadores no ser en inicio: maestros. Considerar a los ascensos directivos como eslabón de la carrera no es alentador, primero porque los hechos nos arrojan la aleatoriedad con los que estos pueden ocurrir —innumerables veces, sólo se requiere antigüedad: haber vivido y envejecer— y segundo, porque la simpleza de los números evidencian que existe una directora o director por escuela, es decir: una sola persona que desarrollaría su carrera, al menos económicamente.
Fíjense qué irónico, la palabra maestría significa: arte y destreza de ejecutar algo, título de maestro, por lo tanto: ¿una maestra sin maestría?

Pero continuemos; abramos el título del escrito: “Imprescindible doméstica educativa”, ¿qué acusa tamaña mordacidad? La categorización del sueldo, la estigmatización social y el desprestigio profesional no son gratuitos; la maestra ha sido embutida en infinidad de tareas que han relegado su función de enseñar; sus haberes salariales entran en competencia con una empleada de limpieza por horas y su preparación académica ha sido abandonada al extremo de no habilitarla en el manejo de la ortografía o la caligrafía cursiva, y sin embargo se necesitan masivamente, redundantemente: cada vez más.


¿Con esta mezquindad de recursos se construirán los recuerdos?

El vocablo “recordar” acusa una etimología exquisita: del latín “recordare” se compone por el prefijo “re” – “de nuevo” y “cordare” que proviene de “cordis” – “corazón”, que es donde se pensaba que residían las facultades de la memoria. Y aunque esa bella figura resulte errónea, lo ponderables es que esta obrera artesana de la educación no puede ser simplificada, en sus manos está la transmisión de la cultura de nuestra sociedad, entonces: ¿qué pasado estamos generando?, ¿qué recuerdos del corazón se acuñarán en una insípida y escasa fábrica de la memoria? 

Crear recuerdos





[1] Licencio un momento la mordacidad recalcitrante, y afino un poco la seriedad: Pasen y vean: Sobran los motivos.
[2] Categorización aplicada en referencia a Argentina, sin embargo, acusando diferentes matices y singularidades, es susceptible de uso en casi todo el mundo: los maestros de la educación primaria no se forman en la Universidad.

2 comentarios:

  1. Y sí, también por mi parte tengo mucha decepción del sistema educativo que termina igualando, como di pasara un fratacho, al maestro que trabaja, al que no, al que hace lo menos posible, al creativo, y más. Como siempre bien descripto por vos Rita, que conocés y mucho de esto.
    Mariana

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    Respuestas
    1. Tal cual; y lo único que alienta y sostiene son los alumnos, enseñar y que aprendan... porque con ellos, sí, la diferencia es real. Gracias por tu opinión, vos también conocés mucho del tema.

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