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viernes, 10 de noviembre de 2023

Epístola indignada (Educación en peligro)


A todo dirigente político, a la presidencia actual de mi país,[1]

a las que precedieron y advendrán

S / D

Un maestro es saber hacer lo impensable, lo inaudito;

es enseñar a que otros aprendan a aprender;

es educar a todos: los que serán líderes justos, obreros dignificados, ciudadanos democráticos, personas íntegras, al médico que cura el cáncer y al barrendero que mantiene la higiene de las calzadas para que los desagües no inunden la ciudad, y también a ustedes, integrantes de la presidencia, de la dirigencia, del gobierno;

es brindar alas de vuelos verdaderos -no como los de Ícaro o los mediáticos del minuto-;

es un motor que moviliza, que logra en los otros: lo mejor, incluso lo que ni siquiera se sospecha que existe;

es una profesión que asumió el desborde de curiosidad ya que lo abarca todo, es la profesión que va a iniciar a las otras profesiones, es un arte virtuoso.

 

Requiere habilidad de saber enseñar, formación permanente, cultura y saberes que superen los generales, predisposición y gusto por la diversidad y el cambio, paciencia y escucha activa, ejemplo de buenos modales y conducta, sensibilidad, empatía y equilibrio. 

Comprendo, y acuerdo, pero, ¿por qué me exigen ser pobre y que mi familia también elija serlo?, ¿por qué debo prescindir de un libro, un cine, un teatro si necesito zapatos?, ¿por qué si cuento con todas las habilidades, capacidades y aptitudes necesarias para ser un muy buen maestro, me hacen sentir que las desperdicio al no seguir una profesión lucrativa?

La sacrificada vocación que nos demandan corresponde a su inicio religioso, cuando surgió de la iglesia, de los sacerdotes, de los clérigos, personas de fe que enseñaron la Biblia porque accedió al pueblo gracias a la imprenta–primero con los protestantes, luego con los católicos–, ellos tenían vocación, y el salario no ingresaba en la ecuación piadosa. Tiempo demandó ser oficio y aún más ser considerada una profesión.

Por lo tanto, establecida la importancia, pero, asimismo, visto y escuchado el desprestigio al que apelan, la deferencia con la que estiman nuestros sueldos, informo que:

–No quiero que me subestimen con la muletilla de las cuatro horas y las vacaciones de tres meses. Están hablando con una buena maestra que se enoja / entristece cuando escucha esas mentiras y que tiene una familia que sufrió su ‹‹profesión››, y tal como ese médico al cual recurren cuando se sienten enfermos o al abogado por un problema legal muy serio o a la diseñadora de alta costura para un traje de novia, es decir: cuando quieren lo mejor y asumen el costo; también quiero ingresar en ese rango de expertos bien pagos. Y no solo porque nos enteramos que en las escuelas a las que asiste su progenie, la cuota mensual –sin agregados de uniformes, comedor, transporte y tantos varios– supera con creces el salario mensual de un docente estatal, y la infraestructura de una de sus aulas supera un edificio escolar –imposible comparar los campos de deportes, los salones de actos, los… los… de lujo y tecnología– , la solución es evidente: envíen a sus hijos y nietos a las escuelas del estado, esas escuelas de las que ustedes deben ser responsables. Y por ley, para que no se pueda eludir, al menos, legalmente.  Seguro que así las escuelas estatales van a estar a la altura y necesidad de todos los hijos.

–No quiero que me endilguen tareas y funciones que me alejan del tiempo de enseñanza y aprendizaje, no quiero enfermarme ni paralizarme en la queja, ni formaciones academicistas que se agotan en un aporte reflexivo. No soy médico, ni asistente social, ni cocinera, ni psicóloga, ni agente de seguridad, ni terapeuta, ni enfermera, ni abogada, ni electricista, ni pintora, ni albañil, ni mendiga, ni víctima. Y no, no tengo súper poderes porque si para ser maestra, se requiere haber recibido ‹‹el llamado divino de la vocación›› y ser una especie de heroína altruista, con dedicación absoluta, sin familia y devota…

–No quiero ser maltratada porque la violencia es impune.

–No quiero quedarme fuera de horario porque los padres no retiran a sus hijos. Los chicos se sienten desamparados, olvidados y  aunque fuera una sola vez para ellos, se suma a las veces de los otros (permítanme un momento libelo y variopinto de excusas escuchadas: ‹‹yo también estoy trabajando››, ‹‹me quedé dormido en la siesta››, ‹‹me peleé con mi novio y no fue a buscarlo››, ‹‹creí que le tocaba al padre, abuelo, tío, primo…››, ‹‹se me olvidó la hora por la telenovela››, ‹‹fueron a los penales››, ‹‹el colectivo siempre se demora››, ‹‹fui primero a buscar al hermano››, ‹‹me quedé tomando un café con un amigo que no veía hace años››, ‹‹tenía turno en el dentista››, ‹‹seño, es que vino el novio de viaje››, no avanzo en la que brindan los nenes porque son dolorosas y máxime cuando ya están adiestrados a que los olviden). Ni mencionar si la demora de otros nos acarrea retirar tarde a los nuestros, y debemos localizar y movilizar al más alejado de la parentela, al más solícito de nuestros vecinos para que esto no ocurra y vaya urgente a buscar a nuestros hijos. Porque no, no y no: los chicos no se acostumbran a ser olvidados, no deben acostumbrarse a ser olvidados, es despiadado.

–No quiero permanecer refugiada en la comisaría hasta la noche porque la escuela no es un sitio seguro y la familia no fue a retirar su hijo.

–No quiero solucionar los problemas de la sociedad, ni ser oídos cautivos de cualquiera que se crea con derechos para usar nuestro tiempo en su catarsis.

–No quiero prohibir a los chicos correr en el patio porque pueden tropezar y caerse, y luego debo enfrentar la furia de padres ineptos que me agreden porque se accidentó jugando o aún más terrible: exigen castigos y penas al ‹‹culpable››, un culpable de ser chico a igual que su hijo, ambos desesperados por jugar.

–No quiero que reduzcan la educación inclusiva a buenas voluntades que no discriminen.

–No quiero que la avaricia, la especulación, la corrupción y el oportunismo sometan a un futuro ignorante a mi amado país. No se ahorra en Educación.

 

Y, por último, en miramiento a lo dicho: transparenten sus ingresos, viáticos, beneficios, regalías, excepciones y comodidades con tanta soltura como publican los nuestros.

Sírvanse por notificados.

Atte.

Educadora Indignada con toques alarmantes de impotencia.



[1] Disculpas por los plagios que utilicé en esta carta a mis propios escritos, pero era necesario ratificar mi encono con la coherencia de los mismos argumentos. Repetir, repetir, repetir, ¿y, qué algo quede?

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