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domingo, 7 de mayo de 2017

Sultanato de los retoños

Sultanato de los retoños


Las opresiones, monarquías absolutistas, despotismos, dictaduras y yerbas del estilo han padecido un enemigo común: el tiempo. No han subsistido porque ellas también han debido enfrentarse al más inmisericorde de los tiranos: nada puede ser eterno. Establecida esta analogía me referiré a una actual y cotidiana, aunque no menos simple dominación, la designaré: “sultanato de los retoños”, ¿cómo ha devenido su acoso? La génesis de tan pintoresca gobernación reside en nuestros propios progenitores, aferrados al deseo de no querer emularlos en sus desaciertos hemos creado con holgura los  nuestros.
Al alejarnos de la crianza por mirada —nuestros padres nos dominaban con una mirada—, hemos caldeado un clima de explicaciones, argumentaciones y esclarecimientos en las que nuestros niños han bebido con generosidad y que actualmente nos funciona como búmeran. Los nuevos reyes domésticos arbitran a su antojo nuestros horarios, necesidades y esparcimientos, atados a su mandato despótico y doblegados por nuestra férrea auto imposición de perfección parental hemos sucumbido en una trampa que con el devenir de los años resulta harto, hartísimo, harta.
Nuestra modalidad de crianza, léase: total dedicación, crea un peso tan atosigador que deviene en un final de desahogo “arreglatelás, me tenés podrido / a”. Asimismo, varias aguas cruzarán los puentes antes del público hartazgo.

Veamos la postura inicial materna: no sólo intenta ser una madre abnegada sino que además le agrega su desempeño extraoficial no remunerativo e in eternum como ama de casa y su trabajo oficial remunerativo; en consecuencia y dado que el día sólo contempla veinticuatro horas, finaliza su semana erizada como una gata, o lo que se denominaba histérica y ha devenido en llamarse estrés. Los padres tampoco obtienen lo fácil, a su carga de sustento del hogar —actualmente compartido— ha agregado la de padre modelo, contemplativo, partícipe y tanto o más sacrificado que la versión femenina. En consecuencia, el “ya verás cuando llegue tu padre” no quiere ser asumido por nadie, la actual postura de comprensión ha ilimitado los oídos a las verborragias y  justificaciones de los infantes que han utilizado lo aprendido en su total beneficio, sin advertir que lo mejor que logran es acabar la paciencia hasta reducirla a un bosquejo maniatado y confuso que se les devuelve en un subibaja emocional de padres en verdad agotados.
¿Cómo equilibrar la búsqueda a las siete de la mañana del mapa de Santa Fe porque la susodicha criatura se olvidó ayer de avisar, puesto que tuvo miles de tareas entre las cuales: natación, ajedrez o el curso de teñido de telas plásticas se vuelve imprescindible dado que no puede ir a jugar porque la calle es peligrosa, y los padres deben ocuparlo, pues ellos mismo están ocupados en ciento un trabajos para solventar todas las actividades, necesidades y otros indispensables muy costosos de los vástagos, y  por lo dicho, repito, cómo equilibrar la búsqueda del mapa — a sabiendas, acto irresponsable, en jerga popular: salvar las papas del fuego— con la culpa que con tan minuciosa prolijidad nos hemos inculcado en nuestro afán perfeccionista: “no queremos ser como nuestros viejos”?
En la respuesta está el vivir, el cual, curiosa o salomónicamente llevará a nuestros hijos también a ser padres, ¿se resumirá la paternidad a una cuestión de justicia cíclica? Aprender es enseñar, la ventaja es paradójica: el amor que une es lo que lo hace tan importante y tan difícil, equivocarse es vital, solucionarlo, también.



—En un rato, llamo a mi vieja—.

4 comentarios:

  1. Excelente articulo. Es una buena muestra de la vorágine diaria a la que están sometidas las familias en la actualidad donde las cadenas obligatorias se multiplican sin saber exactamente donde romperlas. El hecho de sustentar a veces distrae a los padres de estos tiempos de interactuar con ellos. Así como es importante darle educación también es importante darle parte de nuestro tiempo

    felicidades rita

    Sara Lucas

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    1. Muchas gracias, Sara, que el texto merezca tu lectura es mucho orgullo pero sumarle tu comentario es un lujo. Por supuesto, coincido.

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  2. Tal cual Rita, así es. El tiempo que los niños necesitan dedicado por parte de los adultos no es reemplazable; no será lo mismo al año siguiente. Quizás la clave esté en no agobiarlos/nos multiplicando las actividades, en un equilibrio que sobre todo haga saber a los pequeños que son importantes, que los mayores se ocupan de ellos, de lo que sienten, de lo que les pasa. A veces los vacíos de amor se rellenan con cosas, con obligaciones que distraen y llenan el día pero no dan plenitud. A veces la TV, la PC o los smartphone absorben el tiempo que grandes y chicos podrían haber compartido estando en la misma casa.
    Es muy lindo leerte, un abrazo
    Mariana

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    1. Gracias, Mariana; es notable que el sentido común -que dice ser el menos común de los sentidos- es una constante predecible en algunas personas. Una de las próximas entradas, es precisamente en referencia a lo que mencionás.

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