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domingo, 30 de abril de 2017

Oxigenarme, es estar con gente amable y educada; los buenos modales son mi aire libre, por eso: ¡Amo Uruguay!

Por Rita María Gardellini

Para mí, oxigenarme, es estar con gente amable y educada; los buenos modales son mi aire libre, por eso: ¡Amo Uruguay! Y también es visitar el sueño federal en las tierras del valiente Urquiza, de la Liga de los pueblos libres que una vez compartimos.
Sin embargo, este sábado de Pascua, mientras caminaba pasado el mediodía por la Rambla –creo que Bretaña-, escuché gritos. Enfrente, cruzando la avenida, una señora mayor forcejeaba con tres tipejos por su cartera. Lo vi como un recorte de otros, no en Uruguay; los típicos delincuentes nuestros, esos pibitos que se identifican con esa vestimenta que tememos todos y que algunos utilizan sin saberlo. Apresuré el paso, iba preguntando a la gente si tenía celular, pedía que llamaran a la policía. Permanecían impávidos, congelados, mate y termo en manos; no me respondían, una de ellas en trance dijo: están revisando la cartera. Y era cierto, se los veía muertos de risa, casi al lado, revisando la cartera. Empezaron a caminar lento, conversando, como si no fuera real, como si no se tratase de un asalto sino de unos amigos que comparten un momento alegre, gracioso, una travesura de esas tontas.
Me iba acercando, pero no podía cruzar por el tránsito. Vi como una chica comenzó a correr, entonces, ellos recién empezaron a moverse. Ella a perseguirlos; ya todos a la carrera. Creo que se sumaron otros, se perdieron en la subida. Yo seguía intentando que alguien llamara a la policía. En eso escucho un disparo. Giro para ver, y una chica me dice que ve un policía, distingo a lo lejos un chaleco fosforescente.
No me da el alma para quedarme a averiguar sobre el disparo, además he dejado de ser útil. Voy pensando si debería haber corrido, tal vez comenzar a gritar para despertar a los que parecían congelados. Una vez leí sobre el tema, es un síndrome: nadie reacciona porque piensan que lo hará otro.
Terrible.
Así comienza la impunidad, nadie reacciona.


Nos ocurrió a nosotros, y eso que parecíamos un pueblo más bravo, o ¿seríamos sólo altaneros y prepotentes? Ahora nos encontramos encerrados de los delincuentes, espiando nuestras salidas y entradas, alejados de la vida nocturna tan vívida que nos caracterizaba.

Ojalá el amado Uruguay se encuentre a tiempo.

Misterio colombiano o la Huella digital

Misterio colombiano o la Huella digital

por Rita María Gardellini

Antes de que fueran acuñados los términos: Identidad digital y huella digital, cualquier adepto a la cajita[1] internetiana ha colocado su nombre en un buscador para ver qué asoma. El primero se relaciona al perfil que se crea en Internet, y el segundo y no es un asunto menor, se ajusta a las prevenciones con las que fuimos criadas “no sólo hay que ser sino que parecer” “hazte la fama y échate a dormir” por madres, abuelas y allegadas.  Lo cual te lleva a comprender que en efecto Madame Bovary es literatura, jamás hubiera podido ocultar sus indiscreciones en ese pueblito: ¡Vamos!

Dentro de tanto y habiendo vivido en una ciudad de muchísimos otros, cierta libertad adolescente tuve lo cual no parece ser la situación actual. Porque hete aquí que el ubicuo Internet, amén de redescubrir vocablos como el anterior de carácter netamente religioso y atribuido a Dios que estaba en todo lugar y momento, ahora también se suma que es eterno, es decir que deja pequeñísimo al más enorme de los infiernos del pueblo chico. Cualquier pavada que cometamos crea nuestra identidad digital y permanece por siempre como huella digital (valga la redundancia pero los neologismos que abundan suelen ser reiterativos, debe ser para que no los olvidemos o por simple ausencia de creatividad o aun más dramático: las traducciones de un idioma que se limita a menos de la cuarta parte de nuestro lenguaje de uso básico).

En definitiva, entre los varios esperables: los perfiles de Linkedin, Facebook, los píos, notas en diarios o revistas, en resumen: lo mediático, figuran algunos inauditos como encontrar mi libro de investigación – acción “Alumnos lectores, alumnos escritores” en la bibliografía básica de un curso de escritura creativa de la Xunta de Galicia, justo debajo de ¡Giani Rodari!; conformar en un capítulo de un libro en portugués “Estudos lingüísticos e ensino de línguas” o encontrar la bitácora que armé con los comentarios de los asistentes a la presentación de “Después decomer perdices…” en un sitio cuya existencia ignoraba: Yumpu. Y acá me detengo un segundo: alguito de curiosidad y asombro surgió. Primero porque no recuerdo bien dónde lo escribí, creo que en una página que tuve hace años, tal vez en Facebook pero lo real es que alguien lo copió y lo subió al sitio. Bueno: muchas gracias, qué lindo detalle. Estoy tentada a comenzar a investigar sino fuera porque se opacó por Colombia.



 

En todo lo relacionado a lo educativo, siempre asumo que siendo la mayoría de mis actividades sin arancel y moviéndome en congresos, jornadas, formaciones, obsequiando el libro, realizando talleres, tiene sentido que la obra avance sin límites. Uno de los muy lindos fue encontrar el taller que realicé en Ituzaingóinvitada por la querida Viviana Mettiffogo –entre las primeras páginas de búsqueda, y ganando así importancia a sitios más concurridos- pero en lo literario, mi huella digital me sorprende. Ajá, mi novela “No dejes que muera” figura a la venta en Mercado libre de Colombia, ¡un ejemplar nuevo! Sabiendo que mi novela sólo se vende en España, y que salvo algún intrépido que desde hace algunos años la puede adquirir online y la haya hecho cruzar el charco, hasta acá todo lógico. Pero llegar a un vendedor o vendedora –vale la aclaración y no por adentrarme a la andanada de abusivos repetidores del Sr. /Sra., ya saben, esos que embanderan derechos de la mujer por el lado fácil – de excelente reputación en el sitio de ventas, ¿CÓMO? Así dicho en mayúsculas al modo del chat en grito. Es insólito, ¿cómo llegó a Colombia, y nuevo? Porque si fuese un ejemplar usado tendría cierto sentido pero nuevo, implica que alguien lo encargó, se lo enviaron y luego, lo puso a la venta en, ¿Colombia? ¿Van comprendiendo?, no hay manera de que pueda averiguar este extravagante misterio colombiano…

Agradecida al anónimo vendedor o vendedora, y a quien pueda iluminarme en la solución del misterio.

Y a manera de moraleja de fábula aunque no asome en el texto más animal que el humano: ¡Ojo con la cajita porque todo, todo, todo queda… usen el súper poder para el bien! Y como diría, el querido, inocente y altruista personaje de Toy Story,  Buzz Lightyear, “¡Al infinito y más allá!” Y si utilizo el ejemplo en mixtura cínica de la ingenuidad del guardián espacial con el comentario es en alusión a la crueldad que están padeciendo las generaciones actuales con el cobarde Ciberacoso y el perverso Groming; ellos serán los próximos abuelos que adviertan. Nuevos refranes suplantaran a los actuales, y en este reciclado de humanidad y sus mezquindades, ocurrirá siempre lo mismo: no es lo bueno lo que atrae de otros sino lo que se quiere ocultar y la cajita no mantiene en secreto: nada y es POR SIEMPRE.



[1] Hace años que le llamo a Internet y todo lo relativo a las computadoras / ordenadores: “la cajta” –en alusión a la que fuera la “caja boba” y anterior culpable de todos los males: la televisión -, he descubierto que no todo el mundo comprende de lo que hablo, así que he aclarado “Cajita internetiana”.

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