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domingo, 12 de noviembre de 2017

Adaptaciones del arte. 1

Adaptaciones del arte

por Rita María GardelliniRita María Gardellini


Mi abuela Josefa, gallega y sabia –aunque de una sabiduría con límites porque era analfabeta- decía: “Lo barato sale caro” y también: “Hay economías que no sirven” y me disculpo de antemano, si las frases no eran suyas pero de ella, las escuché siempre.

¿Y de qué va el tema? Simple: el arte. ¿Quién sostiene al arte, y por ende a los artistas? En un diálogo con José Antonio Espinosa (la BiblioEteca) y Alberto Trinidad (Editor y escritor) se trató el asunto de la piratería, y los libros digitales.
Sí como argumenta Alberto, una editorial con el precio del libro “debe dar de comer” a: un maquetador, un diseñador, un corrector ortotipográfico, un corrector de estilo, un escritor, un editor. Y eso para e-book. En caso de libros en papel, también hay que “dar de comer” con el precio del libro: a un librero, un distribuidor, el comercial del distribuidor, el impresor, el recepcionista, los administrativos de la editorial, las empresas de mensajería que llevan los distribuidores, el jefe de prensa de la editorial…” Y si bien afirma José “Ahora toca construir una nueva industria más ligera y más adaptada a las nuevas demandas... Es lo que hay... Cualquier otra cosa es darse contra la pared.” La pregunta que cabe, sería, ¿en qué trabajarán todos los anteriores mencionados? Porque lo cierto es que no estamos señalando gente que vende maquillaje por catálogo, sino profesionales que demandan años de formación. Olvidemos al escritor, que parece ser por regla natural un ser que deberá trabajar de otra cosa para poder subsanar su berrinche de escritura, pensemos si quieren en algo más sólido, como una empresa.

¿Es tentador, no? Poder adquirir “cosas que nos gustan, merecemos o no, pero queremos, a precios ridículos” Y, mejor aún: ¡Gratis! Y aparecerán los aguerridos testimonios: “la cultura debe ser un bien de alcance popular”, y es cierto, y más si pensamos en cuando la ópera era música popular; y “que con los precios de los libros nadie puede costearlos” y también es cierto, ni mencionar los países de la América latina que deben sumar a todo lo anterior, el cambio a su moneda y el transporte… no obstante también es una verdad atroz y arrogante que cuando se adquiere algo gratis o muy económico es porque la persona que lo realizó no cobró por su trabajo o no recibió casi nada, y entonces, disculpen mi apoplejía simplona de clase media y trabajadora, no advierto el avance.

 Triste resultado dio el comprar “dos por uno”, nos quedamos sin industrias, sin fábricas, sin mano de obra especializada, y luego sin profesionales porque marcharon a horizontes pródigos. ¿Y todo para qué? Para que por un rato pudimos sentir que nuestro dinero nos otorgaba lujos, y qué ¡lujos! Basura electrónica que no superó la duración de la pila…

Mis padres iban a ver cine a diario, costaba monedas; luego llegó la televisión, se realizaron menos películas, se cerraron cines y entonces, ir al cine resultó oneroso. En el intermedio, aparecieron los vídeos y luego los reproductores de DVD; uno sustituyó al otro y ahora, ambos se encuentran gratis en Internet.

Mis padres iban a bailar con orquestas en vivo, los discos de pasta no eran económicos; luego empezaron a adquirirse a precios módicos, populares y las orquestas desaparecieron; cuando ya la industria discográfica era próspera aparecieron los grabadores, las cintas podían reproducirse, hubo menos discos y estos pasaron a ser costosos; luego surgieron los CD, que también podían copiarse; y llegamos al actual que es directamente bajar música.

Y ustedes podrán decirme que tanto el músico como el actor cuentan con el teatro y los recitales, y su actuación en vivo es su obra más preciada, y no deja de ser emblemático, en la era virtual sólo genera ganancias el arte en vivo, pero, ¿y, el escritor?  El libro en papel era un arte al acceso de todos, incluidos los bolsillos delgadísimos de las economías latinas, dado que la música o las películas hace bastante que se habían dejado de comprar desde que se pueden piratear y lo real es que la pintura o la escultura nunca permitió su venta masiva, más allá de las paliativas reproducciones; entonces, ¿nos deberemos resignar a que también el libro resulte un lujo? Ni mencionar a los escritores ignotos, los emergentes, los tímidos que no acusan una idiosincrasia mediática que les permita promoverse en las redes, ¿una empresa apostará por ellos y jugarse los salarios? Resulta incluso más redituable traducir un éxito extranjero –ya trae publicidad, difusión y hasta puede venir de la mano de un filme- que arriesgarse con un escritor que no lo conoce nadie. No es necesario ser economista para advertir que si las editoriales comienzan a cerrar y sólo subsisten las muy importantes, el libro pasará a ser sólo para el primer mundo o los que viven como en el primer mundo, un retorno a la época medieval de los incunables.

Y la cultura subsidiada por el estado puede resultar o no; ¿quién decidiría qué publicar, qué apoyar, qué publicitar? ¿Habría que ser amigo, conocido o del partido de quién? O aún más horroroso escribir dentro de los parámetros de “…” Lo idílico resultaría habitar en un estado que genere bienestar económico y permita a las editoriales aflorar y arriesgarse con escritores inéditos; y del mismo modo, lectores que puedan adquirir libros sin tener que privarse; un estado que provea una educación tan esmerada y de calidad que los alumnos resulten lectores exigentes y desde allí, determinen el éxito de un libro, no del paquete mediático; un estado que ofrezca un patrimonio de bibliotecas donde prime la diversidad para que el lector decida qué leer.




[1] Por Juan Ruiz, del que apenas casi se conoce su nombre, autor “De libro de buen amor”.

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