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viernes, 26 de mayo de 2017

Adaptaciones del cachorro humano. Tercera entrega

Adaptaciones del cachorro humano[1]


Usualmente encuentro textos sobre las “nuevas infancias, las nuevas adolescencias” y es un tema que lejos de trivializar me ocupa por la carga que conlleva la palabra “nuevo”.

 Cuarto indicio:
—Y acá sería oportuno crear un “a”, un “b” y un “c”—.

a-    Los educadores han sido sometidos a las vanguardias de las modas pedagógicas, y así se han creado desmadres al punto que hasta se les cuestionaba la corrección; adicione también todas las vacilaciones que les proporcionan las nuevas tecnologías y el hecho de que los alumnos en “ciertas” —y destaco muy bien el “ciertas”— áreas simplemente saben más. Es categórico: los nativos digitales nos dejan boquiabiertos, no hay preparación posible que nos logre ubicar en su espontáneo desenvolvimiento tecnológico; algunos de nosotros lograremos con esfuerzo y persistencia alcanzar a ser inmigrantes digitales, los más, apenas llegaremos a ser turistas o directamente, eternos extranjeros; por lo tanto: jamás conquistaremos el entendimiento preciso de por qué se ríen o cómo manejan un celular nuevo cómo si su funcionamiento alguna vez les hubiera sido explicado.

b-  El aburrimiento, ¿por qué se asocia el aburrimiento escolar a las nuevas generaciones? Nosotros y antes de  nosotros, en la escuela nos aburríamos; la diferencia era la docilidad, en la mayoría de los casos aprendíamos junto al teorema de Pitágoras o el predicativo obligatorio, la paciencia para tolerar estoicamente lo que no nos interesaba y al maestro o al profesor que también estaba aburrido e impartía clases que tampoco le interesaban. No son originales en ese punto, todos los alumnos o los educadores en algún momento o en la mayoría de los momentos se han aburrido. ¿Quién dijo que debía ser siempre entretenido?
Podemos señalar que somos curiosos y que el aprender es una necesidad en casi todos, pero cuántos están capacitados para enseñar; ¿cuántos educadores recuerdan, que hayan logrado enseñarles? De todos modos, y probablemente en respuesta a nuestros padres, “nos portábamos bien” y los pocos que no lo hicieron, eran considerados inadaptados; así como también esos maestros que nos enseñaron pasaron a ser memorables.

c- La velocidad. Hace un tiempo que decimos: “detengan al mundo, me quiero bajar” y sin embargo, más allá de la humorada de querer detenerlo, lo que nos resulta difícil es no caernos. ¿Cómo sostener la paradoja de la tensión de la permanente aceleración con la apatía casi inanimada de los alumnos?
Todo parece ser ayer sin embargo el ahora es un mamut extinto e implacable; nos demandan una actualización rabiosa para el desenfreno insurgente de sabernos obsoletos, pero ¿es así? Tranquilos: aprender a enseñar es atemporal, nunca se termina de aprender a enseñar como tampoco nunca finalizamos de aprender todo lo que se nos enseña.

Posible cuarta adaptación:

La inmediata y directa: se niegan a estudiar pero atención: no se niegan a aprender —y allí, encontramos la brecha para enseñar—.
Descartan a los educadores con la indiferencia: envíos de mensajes de texto en plena clase, uso de auriculares y cuanta manifestación antagónica al arcaico profesor les parezca oportuna.
Asumen como natural la eternidad en repitencias del secundario o la consistencia de iniciar y dejar tantas carreras como los bolsillos y la paciencia paterna puedan soportar.
Esgrimen que no hay profesiones que los satisfagan y que las que existen, no van a proporcionarles un futuro, dado que el futuro avanza ignorando cuáles serán los trabajos que sobrevivirán.


Quinto indicio:
Los niños son para la mayoría: sujetos de consumo, inacabables y productivos sujetos de consumo. No necesitan nacer para que ya se les ofrezca lo que precisarán que se les compre. Y en este tener ser infame, no nos engañemos: si un juego de computadora reemplazó a un abrazo, deberíamos cuestionarnos qué ocurrió con ese abrazo. No somos seres de compra venta, no hay publicidad posible que pueda tergiversarnos, siguen siendo los sentimientos, las emociones, aún la pérfida avaricia, lo que mueve al mundo.
Las emociones mueven al mundoYa lo dijeron los poetas: “sólo necesita amor” y me gustaría conocer una sola persona que sería capaz de cambiarlo por un lavarropas o un auto deportivo. Entonces, ¿por qué asumimos que una hamburguesa “feliz” en un sitio idílicamente preparado va a suplantar a las galletitas húmedas del termo que siempre pierde, compartidas en una salida con la barra de amigos ó cómo un chat puede suplantar la maravilla del primer beso?
Lo mediático nos acosa, nada parece importar más de un día o en el mejor de los casos una semana. Todos necesitan su minuto de fama para existir, ¿dónde? ¿En la pantallita? ¿Cuánto tiempo de vida real nos demandará ese simplón minuto? ¿Qué corromperemos para poder ser vistos? ¿Por qué desperdiciar vida en el cuento de una fama tan insulsa?  

Posible quinta adaptación:

No nos mintamos, lo importante lo sigue siendo, los espejitos de colores no pueden cubrirlo y ésa es una de las razones de que los niños o los adolescentes estén tan tristes y apáticos, les están vendiendo una realidad sintética e insípida, y ellos intuyen el fraude. ¿Necesitarán suicidarse para demostrarnos que no les consolaba lo que había para comprar? ¿Embarazarse a edades cada vez más temprana para sentir que pueden amar? ¿Vestirse como mini adultos para que la ropa sólo sea algo que debe ensuciarse al jugar? ¿Atiborrarse de vicios para que los atiendan como niños? ¿Volverse insensible para que los horrores diarios no los mortifiquen? ¿Paralizarse en continuas quejas?
¿Cambiar de canal, apagar el televisor y crear sus propios medios de comunicación en línea?


Sexto indicio:

La familia. Se considera a la familia nuclear una especie en extinción, pero en esa vitrina de película, ¿cuántas familias de otros tiempos hubieran sido fidedignamente aceptadas? Consulten, y van a encontrarse a abuelas que soportaron lo indecible en aras de las apariencias y las buenas costumbres porque los sacrificios para sostener los casamientos eran un bien sin discusión; no obstante siempre existieron los hijos fuera del matrimonio —todos conocemos a varios de nuestros ilustres héroes contemporáneos que ingresaron en ese rol aunque las apariencias quisieran disimularlos—; y también, hombres o mujeres homosexuales que reprimían o escondían una vida paralela en un penoso sufrimiento. Entonces, si vemos que existían aunque no se develaran, ¿podemos mencionar estadísticas, cuando no se pueden obtener datos? 
También cabría señalar que hemos aumentado considerablemente nuestro promedio de vida, y que el “para toda la vida” es cada vez más difícil cuando ésta sobrepasa con holgura los 40, y convengamos que en las muy favorables condiciones que se sobreviene a los cuarenta. ¿Abuelito a los 40, posible, pero qué abuelito? Seguro que no, él que se sentaba en la plaza con otros abuelos a ver las palomas.
Divorcios, familias disfuncionales, abuelos criando nietos, tíos criando sobrinos, padres homosexuales, padres solteros, madres solteras, ¿cuál es la familia común? ¿Se puede tildar a la ausencia de la familia común como la culpable de los niños actuales, cuando son precisamente en la cotidianeidad social, mayoría, las familias que no lo son?

Posible sexta adaptación:

Y he aquí uno de los temas en que se evidencia que lo de siempre funciona para los hijos; no importa la organización familiar sino cómo ésta se interesa por ellos. Nos asomamos a familias de todo tipo y la generalización de resultados no es matemática, casi como la misma naturaleza humana, las estadísticas no importan cuando se trata de uno mismo, ser el único o uno de los 99, no es un dato que nos asegure el vivir y lograrlo. Y, si existe el amor, la familia como tal asumió el tipo necesario para que el cachorro humano encuentre en su hogar la intención de ser feliz, porque de eso se trata el asunto.

Porque por lo visto, las familias también se están adaptando, transforman sus hogares en permanentes sitios de reunión para que sus hijos y los amigos de sus hijos tengan espacios de juego y ya adolescentes, prosigan con el hábito de ese deambular seguro entre casas; crean límites definidos de respeto basados en las necesidades de la convivencia; establecen situaciones de diálogo en donde el “no” del adulto debe ser creíble desde el ejemplo y la confianza en la autoridad; estimulan sus inclinaciones artísticas para que encuentren una forma auténtica de expresión de la genialidad y la rebeldía, los miedos y las angustias; les enseñan a cuestionar la masificación del consumo porque a ellos también les resulta arduo evadirla; en definitiva: están para ellos, aun cansados, equivocados o acertados, temerosos y azotados por las miles de injusticias diarias, son familias que están para ellos y ésa es la familia que necesitan.


En conclusión abierta: el cachorro humano se está adaptando, muchos lo harán de manera exitosa, otros tropezarán y caerán en la marcha, algunos podrán ser ayudados, otros serán ellos mismos los que se ayudarán o brindarán ayuda. Lo cierto es que nos necesitan; nos están pidiendo a gritos sordos, con demandas inverosímiles, con exigencias inauditas y soluciones impensadas.
Es más, en este encierro urbano al que nos sometemos —porque también los adultos estamos en las mismas—no coexistimos ilesos, están surgiendo tantas enfermedades como situaciones de infelicidad padecemos, y en este aspecto, son ellos los que llevan ventaja porque están utilizando la era de la comunicación para no aislarse. En lo que está deviniendo, ya al hablar de nuestra niñez, parece un relato de ciencia ficción.

Lo primero como familia será: no estar solos nosotros, tampoco el adulto está preparado para la soledad. Y luego, no los dejemos solos, el castigo resultaría en una adaptación que nos abandonaría en una escasa categoría de humanidad.
Sobre lo segundo, ¿qué puede hacer la escuela con su añejada estructura? Exactamente: hacer. Un hacer transgresor, sanguíneo, pasional, entregado que contrarreste a estos tiempos fraudulentos, tibios y licuados; ser maestro no es una profesión para cualquiera; vapuleados y relegados a ser los domésticos educativos, en sueldo y categorización social, son sin embargo los que están dando rostro a una sociedad que se envilece en la impunidad y el desasosiego; creando en la escuela, uno de los pocos lugares saludables donde muchos niños encuentran la normalidad.

No estamos siendo felices, y la reflexión arroja  la poca paciencia que generamos para vivir, y  vivir no puede ser un acto vacío de espera.

Si el maestro enseña, el alumno aprende;  una solución evidente que ataca una  plataforma compleja y de avances educativos en inflación permanente, y la respuesta se ubica en la escuela, en el laboratorio real de prácticas docentes innovadoras y desafiantes. ¿Quién nos obliga a estancarnos en lo vetusto, por qué no podemos ser cómo nuestros alumnos y exigir no aburrirnos? ¿Por qué si la infancia es el arte en esencia no lo aprovechamos cómo estrategia para vencer triunfalmente la grieta?


¿Por qué, simplemente, no permiten a las escuelas que eduquen? ¿A los padres, la crianza? ¿A todos, vivir?

No estamos siendo felices, y la poca paciencia que usamos para vivir





[1] En alusión a Jean-Jacques Rousseau, visor de la bondad innata del cachorro humano; Rosseau ya en siglo XVIII propuso proteger al niño de las perniciosas influencias de la sociedad. 

jueves, 18 de mayo de 2017

Adaptaciones del cachorro humano. Segunda entrega

Segunda entrega

Adaptaciones del cachorro humano[1]


Usualmente encuentro textos sobre las “nuevas infancias, las nuevas adolescencias” y es un tema que lejos de trivializar me ocupa por la carga que conlleva la palabra “nuevo”.

Primer indicio:

La infancia y la adolescencia fueron inventos atribuidos al siglo XX, aunque la primera se atribuye al XVIII, demoró casi dos siglos en ser visible y autenticada, sin embargo que no se advirtieran no implica que no existieran; inclusive si recortamos una imagen de un niño minero o de una niña en una textil, podremos observar que en cuanto podía,  iba a jugar. Y aquí me detengo, porque creo que es allí dónde estamos encontrando uno de los causales: los niños ahora no juegan, sumadas a las cientos de actividades regladas o a los ratos lúdicos con compañeros del momento en un parque o en cualquier sitio que se los permita, no juegan con amigos. ¿Y cómo van a comprender, recrear o soportar el mundo que los lastima, mercantiliza, ignora y envuelve sino es con el juego? Han existido siempre infancias castigadas, sometidas, envilecidas en guerras, campos de exterminio o trabajos esclavizadores sin embargo: podían jugar, y me refiero al juego entre pares, concretamente al juego con los amigos.



¿Cómo hará el cachorro humano, naturalmente entidad social, para enfrentar la soledad del siglo XXI?

Posible primera adaptación:

Más allá de las usuales, como extremar los recreos en la escuela o cualquier posibilidad que se le permita de juego no reglado, aun aislándose a hurtadillas de los organizadores en las fiestas de cumpleaños; es evidente la búsqueda en Internet de sus pares en el surgimiento de las tribus urbanas y hasta las pandillas.
La constante necesidad de comunicarse por chat, blog, redes, fotolog, facebook, twitter, juegos en línea y todo aquello que se ha inventado y ha de inventar para estar al lado del otro, aunque resulte un otro que jamás se llegue a conocer.

Segundo indicio[i]:

De padres exigentes, se acunan hijos exigidos que devienen en sí mismos como padres con la premisa de lograr ser perfectos, y aquí, encontramos varios escollos. En ansias de no emular a nuestros progenitores, y con la tan mentada y a nuestro alcance sabiduría en crianza de niños; léase: psicología infantil, estimulación temprana, escuela para padres, psicopedagogía, pedagogía, nutrición, terapias alternativas, y cuanta receta de éxito se acuse, y encontremos o nos encuentre, hemos criado hijos tiranos, cuasi sultanes que terminan agotando la paciencia del más encumbrado prototipo pacifista.
Sin dudas, hemos sido muy demandados por nuestros padres pero al lado de nuestros retoños, estos resultan principiantes, así que en definitiva, antes o después, diremos: ¡basta! ¿Y qué harán nuestros hijos, que no están acostumbrados a esta “nueva altanería que ostentamos”?

Posible segunda adaptación:

Entre las deliciosas estrategias, utilizarán la culpa, seremos nosotros los culpables por haberles dado todo o directamente lo será la sociedad que no les brinda todo lo que ellos por derecho que consideran natural, demanden. Y así justificarán —porque si algo hemos realizado con pericia es enseñarles a argumentar—: la pereza, el aburrimiento, la desidia, el descontrol, los abusos porque ellos son los castigados, olvidados, sometidos… ¿a qué? ¿A vivir? Menudo cuento, en eso estamos todos.
Asimismo: la tácita revancha, ¿surgirá cuando ellos mismos resulten ser padres? Ya se están vislumbrando los adelantos y algunos sólo representan más de ellos mismos, es decir: kilos de argumentaciones y excusas para que la culpa siga siendo de otros.


Tercer indicio:

Todos hemos formado nuestro carácter enfrentando a nuestros padres y maestros, los cuáles son los que simbolizan a la sociedad adulta, pero, qué deberán hacer estos niños o adolescentes para ser tenidos en cuenta, cuando los límites están tan desdibujados que el todo es permitido” invalida cualquier accionar de rebeldía.
¿Cómo manejarse ante las autoridades escolares, representados en sus profesores, maestros, directivos, si presencian a diario como estos son defenestrados por violencias explícitas de progenitores que deberían estar colaborando con ellos? ¿Cómo ese Director conseguirá mantener su imprescindible autoridad utilizando sus buenos modales, ejemplos, educación; si es quebrada su confianza con cualquier padre que decida “hacerlo bailar” porque es completamente ignorado en todos los otros sitios?
De las tibias o no tan tibias protestas que podíamos esgrimir por levantarnos un lunes para ir a la escuela, al actual: “pobrecito, que se quede durmiendo, que falte a la escuela, total por un día de clases, se acostó tan tarde”.
Maduremos, los jóvenes no pueden enfrentar a un adulto “compinche” o deberíamos llamarlo: ¿cómplice?

Posible tercera adaptación:

Difícil que una manifestación, una sentada o pancartas siembren asombro; lo inmediato y categórico es la violencia: destrozan horarios, juguetes, reglas, modales, salud, costumbres y hasta afectos.
Frente al enorme vacío de valores, metas, e inclusive sueños; se declaran llenando este vacío con el “Nada importa”, y en esa dejadez aparece la más terrible de las rebeldías: “Lo hacen porque sí”, no necesitan justificación ni explicaciones. Denigran su sexualidad con apuros y la idea de amor romántico queda casi en alternancia con la perfidia; se someten a vicios extremos, e inclusive se arroban de cirugías estéticas a la edad de los barritos.





[1] En alusión a Jean-Jacques Rousseau, visor de la bondad innata del cachorro humano; Rosseau ya en siglo XVIII propuso proteger al niño de las perniciosas influencias de la sociedad. 





sábado, 13 de mayo de 2017

El animal bípedo por excelencia finalmente: ¿ha sucumbido? Primera entrega

El animal bípedo por excelencia finalmente: ¿ha sucumbido?


—Titular amarillista con cierto toque intelectual—.

Por su propia cuenta y designio, ha decidido recluirse en su propia madriguera, sin embargo eso no resultaría lo más sorprendente, lo más asombroso es su conveniente y viciosa determinación a permanecer aislado entre sus propios congéneres.
Sociable naturalmente, ha quebrado su herencia milenaria para permanecer en lo que supone le brinda un hábitat seguro y complaciente; modificando sus interrelaciones: por hacinamientos de varios individuos que coexisten en el mismo espacio físico, ocupando diferentes cubículos, aunque con la notable peculiaridad de no establecer acercamientos entre sí.
La búsqueda de pareja no ha recibido mejor fortuna, llegando a obviar  las necesidades primarias, ésta se ha resumido a contactos aislados y fortuitos con ocasionales convivencias que proporcionan, en el más exitoso de los casos, una o dos crías.
Salvo excepciones menos inhóspitas, los cachorros no permanecen con ambos progenitores, replegándose la crianza usualmente a uno de ellos o a una alternancia entre ambos, lo cual les brinda un marco propicio para que puedan realizar su voluntad a destajo y transcurrir en una existencia libre de patrones fieles de conducta; ya que los mencionados padres se acercan cada vez más a su marco generacional, resultando poco más que adolescentes sociales. De ese modo, y dado que los adultos están inmersos en su propia andanada de caprichos y crisis, las crías carecen de un referente a quien presentar su rebeldía, instancia fundamental para determinar su carácter.
Tales displicencias, acuña una población juvenil inerte y vacua que perfila su temperamento a los mandatos masivos de consumo y venta.
Asimismo, y de manera casi aleatoria, el adiestramiento y adaptación de la especie está sujeto a vaivenes formativos de las economías. Avaros que dibujan los recortes en los costos simulando una emperifollada vanguardia, y copiosamente: todos están conectados a nadie. Los rostros son invisibles y cambiables.


¿Y qué habrá de suceder a un animal que contraría tanto su propia esencia? Varias resultan las respuestas, aunque el espectro no abanica venideras predicciones ventajosas; el siglo de la locura ha dejado paso al de la soledad, la cual se regodeará para tender estragos en la frágil psiquis ya existente.


El siglo XXI es el de la soledad



domingo, 7 de mayo de 2017

Sultanato de los retoños

Sultanato de los retoños


Las opresiones, monarquías absolutistas, despotismos, dictaduras y yerbas del estilo han padecido un enemigo común: el tiempo. No han subsistido porque ellas también han debido enfrentarse al más inmisericorde de los tiranos: nada puede ser eterno. Establecida esta analogía me referiré a una actual y cotidiana, aunque no menos simple dominación, la designaré: “sultanato de los retoños”, ¿cómo ha devenido su acoso? La génesis de tan pintoresca gobernación reside en nuestros propios progenitores, aferrados al deseo de no querer emularlos en sus desaciertos hemos creado con holgura los  nuestros.
Al alejarnos de la crianza por mirada —nuestros padres nos dominaban con una mirada—, hemos caldeado un clima de explicaciones, argumentaciones y esclarecimientos en las que nuestros niños han bebido con generosidad y que actualmente nos funciona como búmeran. Los nuevos reyes domésticos arbitran a su antojo nuestros horarios, necesidades y esparcimientos, atados a su mandato despótico y doblegados por nuestra férrea auto imposición de perfección parental hemos sucumbido en una trampa que con el devenir de los años resulta harto, hartísimo, harta.
Nuestra modalidad de crianza, léase: total dedicación, crea un peso tan atosigador que deviene en un final de desahogo “arreglatelás, me tenés podrido / a”. Asimismo, varias aguas cruzarán los puentes antes del público hartazgo.

Veamos la postura inicial materna: no sólo intenta ser una madre abnegada sino que además le agrega su desempeño extraoficial no remunerativo e in eternum como ama de casa y su trabajo oficial remunerativo; en consecuencia y dado que el día sólo contempla veinticuatro horas, finaliza su semana erizada como una gata, o lo que se denominaba histérica y ha devenido en llamarse estrés. Los padres tampoco obtienen lo fácil, a su carga de sustento del hogar —actualmente compartido— ha agregado la de padre modelo, contemplativo, partícipe y tanto o más sacrificado que la versión femenina. En consecuencia, el “ya verás cuando llegue tu padre” no quiere ser asumido por nadie, la actual postura de comprensión ha ilimitado los oídos a las verborragias y  justificaciones de los infantes que han utilizado lo aprendido en su total beneficio, sin advertir que lo mejor que logran es acabar la paciencia hasta reducirla a un bosquejo maniatado y confuso que se les devuelve en un subibaja emocional de padres en verdad agotados.
¿Cómo equilibrar la búsqueda a las siete de la mañana del mapa de Santa Fe porque la susodicha criatura se olvidó ayer de avisar, puesto que tuvo miles de tareas entre las cuales: natación, ajedrez o el curso de teñido de telas plásticas se vuelve imprescindible dado que no puede ir a jugar porque la calle es peligrosa, y los padres deben ocuparlo, pues ellos mismo están ocupados en ciento un trabajos para solventar todas las actividades, necesidades y otros indispensables muy costosos de los vástagos, y  por lo dicho, repito, cómo equilibrar la búsqueda del mapa — a sabiendas, acto irresponsable, en jerga popular: salvar las papas del fuego— con la culpa que con tan minuciosa prolijidad nos hemos inculcado en nuestro afán perfeccionista: “no queremos ser como nuestros viejos”?
En la respuesta está el vivir, el cual, curiosa o salomónicamente llevará a nuestros hijos también a ser padres, ¿se resumirá la paternidad a una cuestión de justicia cíclica? Aprender es enseñar, la ventaja es paradójica: el amor que une es lo que lo hace tan importante y tan difícil, equivocarse es vital, solucionarlo, también.



—En un rato, llamo a mi vieja—.

Estupidez muy peligrosa

  Estupidez muy peligrosa   Todos sabemos que Mary Shelley creó un personaje con una ciencia que no existía ni existe, se le disculpa po...