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jueves, 18 de mayo de 2017

Adaptaciones del cachorro humano. Segunda entrega

Segunda entrega

Adaptaciones del cachorro humano[1]


Usualmente encuentro textos sobre las “nuevas infancias, las nuevas adolescencias” y es un tema que lejos de trivializar me ocupa por la carga que conlleva la palabra “nuevo”.

Primer indicio:

La infancia y la adolescencia fueron inventos atribuidos al siglo XX, aunque la primera se atribuye al XVIII, demoró casi dos siglos en ser visible y autenticada, sin embargo que no se advirtieran no implica que no existieran; inclusive si recortamos una imagen de un niño minero o de una niña en una textil, podremos observar que en cuanto podía,  iba a jugar. Y aquí me detengo, porque creo que es allí dónde estamos encontrando uno de los causales: los niños ahora no juegan, sumadas a las cientos de actividades regladas o a los ratos lúdicos con compañeros del momento en un parque o en cualquier sitio que se los permita, no juegan con amigos. ¿Y cómo van a comprender, recrear o soportar el mundo que los lastima, mercantiliza, ignora y envuelve sino es con el juego? Han existido siempre infancias castigadas, sometidas, envilecidas en guerras, campos de exterminio o trabajos esclavizadores sin embargo: podían jugar, y me refiero al juego entre pares, concretamente al juego con los amigos.



¿Cómo hará el cachorro humano, naturalmente entidad social, para enfrentar la soledad del siglo XXI?

Posible primera adaptación:

Más allá de las usuales, como extremar los recreos en la escuela o cualquier posibilidad que se le permita de juego no reglado, aun aislándose a hurtadillas de los organizadores en las fiestas de cumpleaños; es evidente la búsqueda en Internet de sus pares en el surgimiento de las tribus urbanas y hasta las pandillas.
La constante necesidad de comunicarse por chat, blog, redes, fotolog, facebook, twitter, juegos en línea y todo aquello que se ha inventado y ha de inventar para estar al lado del otro, aunque resulte un otro que jamás se llegue a conocer.

Segundo indicio[i]:

De padres exigentes, se acunan hijos exigidos que devienen en sí mismos como padres con la premisa de lograr ser perfectos, y aquí, encontramos varios escollos. En ansias de no emular a nuestros progenitores, y con la tan mentada y a nuestro alcance sabiduría en crianza de niños; léase: psicología infantil, estimulación temprana, escuela para padres, psicopedagogía, pedagogía, nutrición, terapias alternativas, y cuanta receta de éxito se acuse, y encontremos o nos encuentre, hemos criado hijos tiranos, cuasi sultanes que terminan agotando la paciencia del más encumbrado prototipo pacifista.
Sin dudas, hemos sido muy demandados por nuestros padres pero al lado de nuestros retoños, estos resultan principiantes, así que en definitiva, antes o después, diremos: ¡basta! ¿Y qué harán nuestros hijos, que no están acostumbrados a esta “nueva altanería que ostentamos”?

Posible segunda adaptación:

Entre las deliciosas estrategias, utilizarán la culpa, seremos nosotros los culpables por haberles dado todo o directamente lo será la sociedad que no les brinda todo lo que ellos por derecho que consideran natural, demanden. Y así justificarán —porque si algo hemos realizado con pericia es enseñarles a argumentar—: la pereza, el aburrimiento, la desidia, el descontrol, los abusos porque ellos son los castigados, olvidados, sometidos… ¿a qué? ¿A vivir? Menudo cuento, en eso estamos todos.
Asimismo: la tácita revancha, ¿surgirá cuando ellos mismos resulten ser padres? Ya se están vislumbrando los adelantos y algunos sólo representan más de ellos mismos, es decir: kilos de argumentaciones y excusas para que la culpa siga siendo de otros.


Tercer indicio:

Todos hemos formado nuestro carácter enfrentando a nuestros padres y maestros, los cuáles son los que simbolizan a la sociedad adulta, pero, qué deberán hacer estos niños o adolescentes para ser tenidos en cuenta, cuando los límites están tan desdibujados que el todo es permitido” invalida cualquier accionar de rebeldía.
¿Cómo manejarse ante las autoridades escolares, representados en sus profesores, maestros, directivos, si presencian a diario como estos son defenestrados por violencias explícitas de progenitores que deberían estar colaborando con ellos? ¿Cómo ese Director conseguirá mantener su imprescindible autoridad utilizando sus buenos modales, ejemplos, educación; si es quebrada su confianza con cualquier padre que decida “hacerlo bailar” porque es completamente ignorado en todos los otros sitios?
De las tibias o no tan tibias protestas que podíamos esgrimir por levantarnos un lunes para ir a la escuela, al actual: “pobrecito, que se quede durmiendo, que falte a la escuela, total por un día de clases, se acostó tan tarde”.
Maduremos, los jóvenes no pueden enfrentar a un adulto “compinche” o deberíamos llamarlo: ¿cómplice?

Posible tercera adaptación:

Difícil que una manifestación, una sentada o pancartas siembren asombro; lo inmediato y categórico es la violencia: destrozan horarios, juguetes, reglas, modales, salud, costumbres y hasta afectos.
Frente al enorme vacío de valores, metas, e inclusive sueños; se declaran llenando este vacío con el “Nada importa”, y en esa dejadez aparece la más terrible de las rebeldías: “Lo hacen porque sí”, no necesitan justificación ni explicaciones. Denigran su sexualidad con apuros y la idea de amor romántico queda casi en alternancia con la perfidia; se someten a vicios extremos, e inclusive se arroban de cirugías estéticas a la edad de los barritos.





[1] En alusión a Jean-Jacques Rousseau, visor de la bondad innata del cachorro humano; Rosseau ya en siglo XVIII propuso proteger al niño de las perniciosas influencias de la sociedad. 





2 comentarios:

  1. Es que Ud, cara Señora, ha aprendido escritura con Santiago Calzadilla?

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    1. Alexandro, disculpas, pero no comprendo la pregunta. Si podés iluminarme un poco porque acabo de buscar a Santiago Calzadilla, y si bien el muchacho vivió 90 años, falleció en 1896...
      Desde ya, muchas gracias por leer mi escrito.

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