Adaptaciones
del cachorro humano[1]
Usualmente encuentro textos sobre
las “nuevas infancias, las nuevas adolescencias” y es un tema que lejos de
trivializar me ocupa por la carga que conlleva la palabra “nuevo”.
Primer indicio:
La infancia y la adolescencia
fueron inventos atribuidos al siglo XX, aunque la primera se atribuye al XVIII,
demoró casi dos siglos en ser visible y autenticada, sin embargo que no se
advirtieran no implica que no existieran; inclusive si recortamos una imagen de
un niño minero o de una niña en una textil, podremos observar que en cuanto
podía, iba a jugar. Y aquí me detengo,
porque creo que es allí dónde estamos encontrando uno de los causales: los
niños ahora no juegan, sumadas a las cientos de actividades regladas o
a los ratos lúdicos con compañeros del momento en un parque o en cualquier
sitio que se los permita, no juegan con amigos. ¿Y cómo van a comprender,
recrear o soportar el mundo que los lastima, mercantiliza, ignora y envuelve sino es con el juego? Han existido siempre infancias castigadas, sometidas,
envilecidas en guerras, campos de exterminio o trabajos esclavizadores sin
embargo: podían jugar, y me refiero al juego entre pares, concretamente al
juego con los amigos.
¿Cómo hará el cachorro humano,
naturalmente entidad social, para enfrentar la soledad del siglo XXI?
Posible primera adaptación:
Más allá de las usuales, como
extremar los recreos en la escuela o cualquier posibilidad que se le permita de
juego no reglado, aun aislándose a hurtadillas de los organizadores en las
fiestas de cumpleaños; es evidente la búsqueda en Internet de sus pares en el
surgimiento de las tribus urbanas y hasta las pandillas.
La constante necesidad de
comunicarse por chat, blog, redes, fotolog, facebook, twitter, juegos en línea
y todo aquello que se ha inventado y ha de inventar para estar al lado del
otro, aunque resulte un otro que jamás se llegue a conocer.
Segundo indicio[i]:
De padres exigentes, se acunan
hijos exigidos que devienen en sí mismos como padres con la premisa de lograr
ser perfectos, y aquí, encontramos varios escollos. En ansias de no emular a
nuestros progenitores, y con la tan mentada y a nuestro alcance sabiduría en
crianza de niños; léase: psicología infantil, estimulación temprana, escuela
para padres, psicopedagogía, pedagogía, nutrición, terapias alternativas, y
cuanta receta de éxito se acuse, y encontremos o nos encuentre, hemos criado hijos tiranos, cuasi
sultanes que terminan agotando la paciencia del más encumbrado prototipo pacifista.
Sin dudas, hemos sido muy
demandados por nuestros padres pero al lado de nuestros retoños, estos resultan
principiantes, así que en definitiva, antes o después, diremos: ¡basta! ¿Y qué
harán nuestros hijos, que no están acostumbrados a esta “nueva altanería que
ostentamos”?
Posible segunda adaptación:
Entre las deliciosas estrategias,
utilizarán la culpa, seremos nosotros los culpables por haberles dado todo o
directamente lo será la sociedad que no les brinda todo lo que ellos por
derecho que consideran natural, demanden. Y así justificarán —porque si algo
hemos realizado con pericia es enseñarles a argumentar—: la pereza, el
aburrimiento, la desidia, el descontrol, los abusos porque ellos son los
castigados, olvidados, sometidos… ¿a qué? ¿A vivir? Menudo cuento, en eso
estamos todos.
Asimismo: la tácita revancha, ¿surgirá
cuando ellos mismos resulten ser padres? Ya se están vislumbrando los adelantos
y algunos sólo representan más de ellos mismos, es decir: kilos de
argumentaciones y excusas para que la culpa siga siendo de otros.
Tercer indicio:
Todos hemos formado nuestro
carácter enfrentando a nuestros padres y maestros, los cuáles son los que
simbolizan a la sociedad adulta, pero, qué deberán hacer estos niños o
adolescentes para ser tenidos en cuenta, cuando los límites están tan
desdibujados que el “todo es permitido” invalida cualquier
accionar de rebeldía.
¿Cómo manejarse ante las
autoridades escolares, representados en sus profesores, maestros, directivos,
si presencian a diario como estos son defenestrados por violencias explícitas
de progenitores que deberían estar colaborando con ellos? ¿Cómo ese Director
conseguirá mantener su imprescindible autoridad utilizando sus buenos modales,
ejemplos, educación; si es quebrada su confianza con cualquier padre que decida
“hacerlo bailar” porque es completamente ignorado en todos los otros sitios?
De las tibias o no tan tibias
protestas que podíamos esgrimir por levantarnos un lunes para ir a la escuela,
al actual: “pobrecito, que se quede durmiendo, que falte a la escuela, total
por un día de clases, se acostó tan tarde”.
Maduremos, los jóvenes no pueden
enfrentar a un adulto “compinche” o deberíamos llamarlo: ¿cómplice?
Posible tercera adaptación:
Difícil que una manifestación,
una sentada o pancartas siembren asombro; lo inmediato y categórico es la
violencia: destrozan horarios, juguetes, reglas, modales, salud, costumbres y
hasta afectos.
Frente al enorme vacío de
valores, metas, e inclusive sueños; se declaran llenando este vacío con el
“Nada importa”, y en esa dejadez aparece la más terrible de las rebeldías: “Lo
hacen porque sí”, no necesitan justificación ni explicaciones. Denigran su
sexualidad con apuros y la idea de amor romántico queda casi en alternancia con
la perfidia; se someten a vicios extremos, e inclusive se arroban de cirugías
estéticas a la edad de los barritos.
[1]
En alusión a Jean-Jacques Rousseau, visor de la bondad innata del cachorro
humano; Rosseau ya en siglo XVIII propuso proteger al niño de las perniciosas
influencias de la sociedad.
Es que Ud, cara Señora, ha aprendido escritura con Santiago Calzadilla?
ResponderEliminarAlexandro, disculpas, pero no comprendo la pregunta. Si podés iluminarme un poco porque acabo de buscar a Santiago Calzadilla, y si bien el muchacho vivió 90 años, falleció en 1896...
EliminarDesde ya, muchas gracias por leer mi escrito.