A todo dirigente político, a la presidencia actual de mi país,[1]
a
las que precedieron y advendrán
S / D
Un maestro es saber hacer lo impensable, lo inaudito;
es enseñar a que otros aprendan a aprender;
es educar a todos: los que serán líderes justos, obreros dignificados, ciudadanos
democráticos, personas íntegras, al médico que cura el cáncer y al barrendero
que mantiene la higiene de las calzadas para que los desagües no inunden la
ciudad, y también a ustedes, integrantes de la presidencia, de la dirigencia, del
gobierno;
es brindar alas de vuelos verdaderos -no como los de Ícaro o los mediáticos del
minuto-;
es un motor que moviliza, que logra en los otros: lo mejor, incluso lo que ni
siquiera se sospecha que existe;
es una profesión que asumió el desborde de curiosidad ya que lo abarca todo, es la
profesión que va a iniciar a las otras profesiones, es un arte virtuoso.
Requiere
habilidad de saber enseñar, formación permanente, cultura y saberes que superen
los generales, predisposición y gusto por la diversidad y el cambio, paciencia
y escucha activa, ejemplo de buenos modales y conducta, sensibilidad, empatía y
equilibrio.
Comprendo,
y acuerdo, pero, ¿por qué me exigen ser
pobre y que mi familia también elija serlo?, ¿por qué debo prescindir de un
libro, un cine, un teatro si necesito zapatos?, ¿por qué si cuento con todas
las habilidades, capacidades y aptitudes necesarias para ser un muy buen
maestro, me hacen sentir que las desperdicio al no seguir una profesión
lucrativa?
La
sacrificada vocación que nos demandan corresponde a su inicio religioso, cuando
surgió de la iglesia, de los sacerdotes, de los clérigos, personas de fe que
enseñaron la Biblia porque accedió al pueblo gracias a la imprenta–primero con
los protestantes, luego con los católicos–, ellos tenían vocación, y el salario
no ingresaba en la ecuación piadosa. Tiempo demandó ser oficio y aún más ser
considerada una profesión.
Por
lo tanto, establecida la importancia, pero, asimismo, visto y escuchado el
desprestigio al que apelan, la deferencia con la que estiman nuestros sueldos,
informo que:
–No
quiero que me subestimen con la muletilla de las cuatro horas y las vacaciones
de tres meses. Están hablando con una buena maestra que se enoja / entristece
cuando escucha esas mentiras y que tiene una familia que sufrió su
‹‹profesión››, y tal como ese médico al cual recurren cuando se sienten
enfermos o al abogado por un problema legal muy serio o a la diseñadora de alta
costura para un traje de novia, es decir: cuando quieren lo mejor y asumen el
costo; también quiero ingresar en ese rango de expertos bien pagos. Y no solo
porque nos enteramos que en las escuelas a las que asiste su progenie, la cuota
mensual –sin agregados de uniformes, comedor, transporte y tantos varios–
supera con creces el salario mensual de un docente estatal, y la
infraestructura de una de sus aulas supera un edificio escolar –imposible
comparar los campos de deportes, los salones de actos, los… los… de lujo y
tecnología– , la solución es evidente:
envíen a sus hijos y nietos a las escuelas del estado, esas escuelas de las que
ustedes deben ser responsables. Y por ley, para que no se pueda eludir, al
menos, legalmente. Seguro que así las
escuelas estatales van a estar a la altura y necesidad de todos los hijos.
–No
quiero que me endilguen tareas y funciones que me alejan del tiempo de
enseñanza y aprendizaje, no quiero enfermarme ni paralizarme en la queja, ni
formaciones academicistas que se agotan en un aporte reflexivo. No soy médico,
ni asistente social, ni cocinera, ni psicóloga, ni agente de seguridad, ni
terapeuta, ni enfermera, ni abogada, ni electricista, ni pintora, ni albañil,
ni mendiga, ni víctima. Y no, no tengo súper poderes porque si para ser maestra,
se requiere haber recibido ‹‹el llamado divino de la vocación›› y ser una
especie de heroína altruista, con dedicación absoluta, sin familia y devota…
–No
quiero ser maltratada porque la violencia es impune.
–No
quiero quedarme fuera de horario porque los padres no retiran a sus hijos. Los
chicos se sienten desamparados, olvidados y
aunque fuera una sola vez para ellos, se suma a las veces de los otros
(permítanme un momento libelo y variopinto de excusas escuchadas: ‹‹yo también
estoy trabajando››, ‹‹me quedé dormido en la siesta››, ‹‹me peleé con mi novio
y no fue a buscarlo››, ‹‹creí que le tocaba al padre, abuelo, tío, primo…››, ‹‹se
me olvidó la hora por la telenovela››, ‹‹fueron a los penales››, ‹‹el colectivo
siempre se demora››, ‹‹fui primero a buscar al hermano››, ‹‹me quedé tomando un
café con un amigo que no veía hace años››, ‹‹tenía turno en el dentista››, ‹‹seño,
es que vino el novio de viaje››, no avanzo en la que brindan los nenes porque
son dolorosas y máxime cuando ya están adiestrados a que los olviden). Ni
mencionar si la demora de otros nos acarrea retirar tarde a los nuestros, y debemos
localizar y movilizar al más alejado de la parentela, al más solícito de
nuestros vecinos para que esto no ocurra y vaya urgente a buscar a nuestros
hijos. Porque no, no y no: los chicos no se acostumbran a ser olvidados, no
deben acostumbrarse a ser olvidados, es despiadado.
–No
quiero permanecer refugiada en la comisaría hasta la noche porque la escuela no
es un sitio seguro y la familia no fue a retirar su hijo.
–No
quiero solucionar los problemas de la sociedad, ni ser oídos cautivos de
cualquiera que se crea con derechos para usar nuestro tiempo en su catarsis.
–No
quiero prohibir a los chicos correr en el patio porque pueden tropezar y
caerse, y luego debo enfrentar la furia de padres ineptos que me agreden porque
se accidentó jugando o aún más terrible: exigen castigos y penas al
‹‹culpable››, un culpable de ser chico a igual que su hijo, ambos desesperados
por jugar.
–No
quiero que reduzcan la educación inclusiva a buenas voluntades que no
discriminen.
–No
quiero que la avaricia, la especulación, la corrupción y el oportunismo sometan
a un futuro ignorante a mi amado país. No se ahorra en Educación.
Y,
por último, en miramiento a lo dicho: transparenten sus ingresos, viáticos,
beneficios, regalías, excepciones y comodidades con tanta soltura como publican
los nuestros.
Sírvanse por
notificados.
Atte.
Educadora
Indignada con toques alarmantes de impotencia.
[1]
Disculpas por los plagios que utilicé en esta carta a mis propios escritos,
pero era necesario ratificar mi encono con la coherencia de los mismos
argumentos. Repetir, repetir, repetir, ¿y, qué algo quede?
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