Para mí,
oxigenarme, es estar con gente amable y educada; los buenos modales son mi aire
libre, por eso: ¡Amo Uruguay! Y también es visitar el sueño federal en las
tierras del valiente Urquiza, de la Liga de los pueblos libres que una vez
compartimos.
Sin embargo,
este sábado de Pascua, mientras caminaba pasado el mediodía por la Rambla –creo
que Bretaña-, escuché gritos. Enfrente, cruzando la avenida, una señora mayor
forcejeaba con tres tipejos por su cartera. Lo vi como un recorte de otros, no en
Uruguay; los típicos delincuentes nuestros, esos pibitos que se identifican con
esa vestimenta que tememos todos y que algunos utilizan sin saberlo. Apresuré
el paso, iba preguntando a la gente si tenía celular, pedía que llamaran a la
policía. Permanecían impávidos, congelados, mate y termo en manos; no me
respondían, una de ellas en trance dijo: están revisando la cartera. Y era
cierto, se los veía muertos de risa, casi al lado, revisando la cartera. Empezaron
a caminar lento, conversando, como si no fuera real, como si no se tratase de
un asalto sino de unos amigos que comparten un momento alegre, gracioso, una
travesura de esas tontas.
Me iba
acercando, pero no podía cruzar por el tránsito. Vi como una chica comenzó a
correr, entonces, ellos recién empezaron a moverse. Ella a perseguirlos; ya
todos a la carrera. Creo que se sumaron otros, se perdieron en la subida. Yo
seguía intentando que alguien llamara a la policía. En eso escucho un disparo.
Giro para ver, y una chica me dice que ve un policía, distingo a lo lejos un
chaleco fosforescente.
No me da el
alma para quedarme a averiguar sobre el disparo, además he dejado de ser útil. Voy
pensando si debería haber corrido, tal vez comenzar a gritar para despertar a
los que parecían congelados. Una vez leí sobre el tema, es un síndrome: nadie
reacciona porque piensan que lo hará otro.
Terrible.
Así comienza la
impunidad, nadie reacciona.
Nos ocurrió a
nosotros, y eso que parecíamos un pueblo más bravo, o ¿seríamos sólo altaneros
y prepotentes? Ahora nos encontramos encerrados de los delincuentes, espiando
nuestras salidas y entradas, alejados de la vida nocturna tan vívida que nos
caracterizaba.