En defensa del piropo
El soltar la correa de siglos /
milenios no ha sido simple, siempre estoy agradecida y mucho a esas mujeres que
me precedieron y han posibilitado mi hoy. Sabemos que no vamos ni queremos
regresar pero también me niego a que en afán de evitar retrocesos, envilezcamos
hasta lo bello, lo que nos hacía bien.
El piropo es un halago, una frase
ingeniosa que elogia nuestras cualidades, nuestra belleza. Nunca fue necesario lucir la hermosura de
catálogo, sólo bastaba que el piropeador
encontrara eso que nos hace únicas, bellas y perfectas al ojo de quien gustamos.
Lógico, siempre con un poquito de exagerada apreciación. ¡Qué zalamero!- se
supo decir allá lejos en tono de coqueto rubor al que propiciaba esas
galanterías tan encantadoras.
La frase vulgar, ordinaria,
agresiva en nada tiene que ver; su violencia y cobarde impunidad ha logrado
arrastrar al hermoso piropo. ¿Acaso, comparamos el amor con la violencia de pareja?
¿La caricia con el golpe?
He padecido como cualquier humano
esas especies horribles y sátiras; incluso de mujeres pero, ¿con qué criterio
de injusticia se trivializa la diferencia? ¿Soy la única que advierte que al
desaparecer el piropo, han avanzado estas viles verbalizaciones?
Entonces, por favor, comencemos a
equilibrar.
No debe ser simple decir un
piropo a una extraña que ven en la calle, someterse al juicio externo, a la
posibilidad incluso de ser mirado con desdén; y ahora, ¿esa valentía, propia de
siglos de cortejo, se envilece comparándola con las expresiones de esos patanes
abusivos y cobardes que utilizan cualquier oportunidad para entronarse e
insultar?
Reitero: me niego.
Hace no tanto me dijeron que era una de las últimas generaciones que no sentía miedo ante una mirada o el comentario cordial de un extraño; y debo confesar que lo estoy perdiendo. Estoy comenzando a ser aprensiva, a replegarme en cierta pavura y desconfianza. Aferro lo que llevo en la mano si advierto a alguien cerca, ¿en esas estamos? ¿Así seguirá?
Y en presencia del miedo que nos corroe hasta llevarnos a sospechar de una mirada, ¿qué se esconde? Porque si esos muchachos y hombres educados se encuentran en la disyuntiva de parecer atrevidos o acosadores al intentar acercarse a una chica, a una mujer, ¿cómo lograrán conversar, aproximarse, sin abusar, sin invadir? Sabemos que la presencia del miedo es utilizada por los aprovechadores, un "algo así" como un terreno fértil pero, ¿para quién? Por eso mi candidez al intentar defender el piropo, siento que su ausencia establece parámetros en que una sutil paranoia siembra a su antojo.
Sin excluir al clásico del ángel
que cayó del cielo o las usuales rimas tan bonitas y como es bien sabido: no
siempre es lo que se dice sino el tono de voz, aporto los que han sobrevivido a
mi desaparecida memoria sin acción, lo cual, creo que es más que mérito para
incluirlos:
-
* Al pasear con mi dálmata, como no llevábamos
correa, cuando se alejaba, yo daba uno o dos aplausos (mi voz es una completa
inutilidad en espacios abiertos o distancias mayores a dos metros) y él
regresaba. Una tarde me encontraba enfrente de un predio en el parque, aplaudo para
llamarlo, y me responde una andanada de aplausos. Provenían de unos muchachos
que se encontraban jugando al fútbol y se detuvieron para aplaudirme… ¿No es bello? Puedo sincerarme e indicar que me sonrojé pero no paraba de sonreír.
- *Iba caminando por la explanada al lado del río,
se aproximan tres adolescentes, se iban acercando. Cierta aprensión en esta
época de robos me hizo sentir a la defensiva y uno de ellos me dice: “Señora,
usted es el sueño del pibe”. Me dio vergüenza haber desconfiado, es hasta triste, ¿no?
- * Unos señores trabajadores conversaban y uno de
ellos me dice: “¡Pensar que existe un hombre muy afortunado que puede estar con
vos!”
- El mejor, más efusivo, original y genuino me lo dijo mi
amor, y como todo lo privado, sabrán comprender que lo reserve.
Invito a que aporten los mejores
y más bellos piropos que han recibido o han ofrecido.
¡En defensa del piropo!
Muchas gracias.