Únicos como todos, comunes como todos, raros como todos, felices,
¿cómo todos?
Lo normal es apenas una estadística de lo que se supone abunda. La
falacia de creer en grupos “normales” etiquetaba y restringía, nunca conocí un
grupo de alumnos homogéneo –aunque lo hubieran organizado con el famoso test
del ABC- , jamás integré un grupo homogéneo, en perspectiva: sólo éramos más
dóciles y ese siglo terminó hace tiempo.
Ser raro no es un tema que pueda ubicarse exclusivamente como actual
no obstante ahora esté adquiriendo cierto matiz más interesante, además de
algunos que por todos los medios quieren el famoso minuto mediático para
lograrlo, sin embargo no avanzaré en una reflexión de modas que me aleje del
tema que quiero tratar: Diversidad e Inclusión –con un adrede en mayúsculas-.
La educación inclusiva no debe reducirse a buenas voluntades que no
discriminen. Los que hemos trabajado en proyectos inclusivos, hemos observado y
nos maravillamos con las ventajas y resultados. Un grado que incluye a un chico
con una de las etiquetas que ahora son tan publicitadas –y comerciales-, es
siempre un grado que potencia sus mejores cualidades, lo he visto infinidad de
veces y es un hecho que alienta, ahora bien, ¿cómo se logra? Primero con lo
esencial, los chicos no tienen límites y desde esa premisa, el inicio abre
todos los posibles, y la felicidad de un alumno en lo educativo tampoco puede restringirse,
la de ninguno. Los grados adquieren valores de comprensión, solidaridad,
respeto y modales que no se dan en otros como también sabemos: la educación
inclusiva es cara; demanda profesionales e infraestructura, no es una cuestión
simplista de un discurso que suene progresista y de avanzada. Abarcar la
calidad y experiencia educativa de la escuela especial,
con su infraestructura edilicia, sus maestros preparados y los equipos de
profesionales –psicólogos, psicopedagogos, fonoaudiólogos, y no sigo nombrando
para no excluir por desconocimiento-, con sus grupos reducidos de seis u ocho alumnos,
en la escuela primaria común, en el grado promedio de treinta alumnos, con las
ya existentes precariedades de décadas, demanda inversión, responsabilidad y
compromiso de las políticas educativas. Una criatura, treinta criaturas no
tienen que esperar porque queda bonito y vanguardista el discurso.
Un alumno con capacidades cognitivas para un segundo grado ubicado en
sexto es un hecho real y muy MUY positivo, cuando se sustenta con una familia
que acompañe, con un proyecto de integración/inclusión y un maestro integrador
diario, no uno que “monitoree” once escuelas.
Un alumno que arroja bancos y sillas sin motivo que resulte aparente,
¿por qué en las escuelas privadas no ingresaría sin acompañante terapéutico,
supervisión médica, horario reducido o lo que orienten los equipos de profesionales
a los que son derivados, y en la estatal, por decreto: va sin asistencia, sin
ayuda, sin ningún tipo de asesoramiento y sólo cuando espanta o lastima a sus
compañeros, a sus docentes, a los padres, a la escuela…?
¡Por favor! ¡Son niños! ¡Todos!
Vayamos a los nombres con los que se define nuestra estructura
educativa actual: en la escuela denominada común, las maestras y su formación
es común; en las escuelas especiales, la formación de las maestras es especial.
Si lo pensamos en números, en una escuela especial, con una estructura institucional
y curricula especial, una maestra especial trabaja con 6 u 8 alumnos; en la
escuela común, la variable va de un mínimo de 20 a 45… y, ¡todos la necesitan!
¿Entonces? Como todo lo importante, requiere esfuerzo, se logra con
profesionales y escuelas que trabajen en simultáneo, con padres que no dilatan
estudios por dos años aun viendo a su hijo poner las manos en la estufa o
meterse tornillos de 10 cm en la boca; se hace trabajando en serio, sin muletillas
ni eufemismos que maquillen, en hechos y no sólo por decreto. Y sí: se puede,
se logra y los resultados son maravillosos –los chicos siempre sorprenden,
todos-, pero no puede dejarse sólo en la voluntad del maestro, la familia o la
escuela de turno.
Porque lo real es que las familias que no desobligan su
responsabilidad, ya en nivel inicial, han realizado las actuaciones para sus
hijos. Y no banalicemos en la situación económica de las familias, cantidad de
ejemplos nutren que la responsabilidad y el amor no son exclusivos de sectores
sociales. Tampoco son situaciones de un
año, un maestro o una escuela; la familia es la primera en conocer y actuar
pero cuando la negación o la comodidad prevalecen, es la escuela la que deberá
suplirlo, ¿y, cómo? Suele demandar dos o tres años desgastantes, con avances y
retrocesos, agresiones e ingratitudes, en una escuela que ya también era
necesaria para todos los chicos que aprenden.
También me pregunto, esa exigencia que recibe la escuela común, con
sus recursos tan comunes, con sus edificios tan comunes, con sus salarios tan
comunes, ¿se aplica a la sociedad? ¿Un empresario va a incluirlo entre sus
empleados? ¿Seremos pacientes en un trámite si depende de alguien “diferente”?
Retomo “el se puede”: si la escuela sólo fuera de canto, y asistieran
tenores y sopranos, y yo: con mi vocecita apenas audible. ¿Cómo incluirme? De
existir micrófonos, alguien que estimulara mi oído o mi capacidad de enseñar,
organizar… Nunca podría ser soprano pero encontraría un qué aprender que me
estimulara, ¿tal vez, dirigir el coro? Es lo que amo de la enseñanza, la
infinita y apasionante diversidad.
Voy, ¿logrando explicarme?
La educación inclusiva es onerosa, se necesita crear la calidad de la
educación de las escuelas especiales, y eso implica una alta inversión. Ya
resulte en lo conductual: acompañante terapéutico o en lo cognitivo: maestra
integradora, o en ambas –y acá el profesional es más difícil de conseguir- además
del instituto que coordine y avale lo que debe realizarse. Las mutuales no
cubren el costo por lo cual se debe tramitar el certificado de discapacidad
–espantosa designación, ya al pronunciarlo crea aprensión, y si mencionamos: un
Borges, ciego; un Beethoven, sordo, un atleta con una sola pierna que salta más
de dos metros, ¿ellos son discapacitados?-….
Eso, siempre y cuando los padres se ocupen porque cantidad de veces por
comodidad o por la natural negación, transcurren años hasta que se pueda
realizar lo que se requiere. Las escuelas especiales cuentan con once o doce
maestras designadas a monitorear más de cien escuelas, con salarios de
docentes, muy lejos de los aranceles de los profesionales privados. Ni
mencionar a la Dirección que será la que avale las Actas y compromisos.
En definitiva, lo dicho: ¿los empresarios les brindarán trabajo en las
empresas?, ¿los empleados los aceptarán de compañeros cuando el horario se
demore porque la tarea no se realizó en el tiempo o deban realizarla ellos?, ¿las
otras familias no irán a increpar a los directivos y maestros porque su hijo
terminó en el médico cuando recibió una pedrada en el ojo por uno de los
episodios de un compañero “diferente” porque todavía no se ha podido realizar
nada de lo necesario… o ¿la inclusión sólo se exige a las escuelas porque un
decreto lo señala?
Y en este devaneo, en este laberinto de reflexiones, la reiteración y
cierto enredo: no es casual. A veces, repetir y repetir, y repetir diciendo lo
mismo, gritando con otros gritos, sumando explicaciones: logra ser escuchado.
NO SE AHORRA EN EDUCACIÓN.
El oportunismo, la avaricia, la especulación y la corrupción someten a
un futuro de… ¿es difícil imaginar? ¿Alguien quiere vivir así?
Y en orden de ser escrupuloso: el nacer también arrastró aun para los
del siglo pasado, más posibilidades pero, y, ¿el vivir? Si nacemos casi la
mayoría, derrotamos lo imposible, ¿cómo sigue el asunto? Y, ¿si quiero pensarlo
extraordinario? Y, ¿si quiero apostar a que la alucinante diversidad nos
asombrará con un futuro mejor? No es tan difícil, cualquiera sabe que la variedad
es lo que crea los cambios y mejoras.
La pucha, ¿cuánto falta?